lunes, 23 de septiembre de 2019

1. ¿Por qué la Biblia no es como otros libros?. Apologetica




Para los cristianos –Antiguo y Nuevo Testamento-, como para los judíos –Antiguo Testamento–, son consideradas Revelación de Divina. La doctrina de la Iglesia sobre este punto siempre ha sido clara. Heredó de Israel el amor a los Libros Santos, el celo por salvaguardarlos y la disponibilidad para encontrar en ellos el mensaje divino para cada tiempo. Prueba de ello es lo que llamamos Nuevo Testamento, pues fue escrito teniendo como fondo el mensaje del Antiguo Testamento. Los evangelios son un testimonio claro. Por ejemplo el evangelio de san Mateo: Inicia conectando el mensaje de Dios a los antepasados con lo sucedido en Jesucristo; lo hace a través de las llamadas citas de cumplimiento: «Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta…» (Mt 1, 22-23; cf. 1, 5-6; 2, 15. 17-18. 23).

De igual manera, desde la época antigua, los Santos Padres hicieron comentarios directos a la Sagrada Escritura, versículo por versículo, en algunos casos; de manera que la pastoral, la teología, la catequesis, es decir, todo estaba impregnado de la espiritualidad de la Palabra. San Agustín, san Jerónimo, san Gregorio Magno y otros dejaron todo un tesoro en la riqueza espiritual de la Iglesia.

La época medieval también contribuyó con lo suyo: comentarios y tratados a propósito de la Biblia; surgieron grandes expositores de la enseñanza de la Escritura: santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, entre otros.

Actualmente a través de la Constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha expuesto su fe milenaria en los Libros Santos. Este documento contribuyó enormemente en el rumbo que la Iglesia había de tomar en los tiempos recientes. En ella se insiste en hablar de Revelación de Dios y el valor que tiene, para los hombres: «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (DV 2). Esta revelación tenía que permanecer íntegra: «Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones» (DV 7).

De manera que a través de la predicación oral, primero, y después, poniendo por escrito el mensaje, transmitieron el Evangelio. Poner por escrito el mensaje no fue iniciativa exclusiva de los hombres, ante todo es fruto de la acción del Espíritu Santo; Dios es su autor: «Las verdades reveladas por Dios que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo… tienen a Dios por autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia» (DV 11).

La Sagrada Escritura no es, pues, un recetario o colección de doctrinas cristianas, es ante todo, testimonio perenne de la condescendencia de Dios y de su misericordia por el hombre: «En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta salva siempre la verdad y la sabiduría de Dios, la admirable condescendencia» de la sabiduría eterna, «para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha usado teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza» (DV 13).

De modo que para penetrar en el misterio de Dios, que se nos manifestó en Jesucristo: «lléguese, pues, gustosamente, al mismo texto sagrado, ya por la sagrada liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por las instituciones aptas para ello… pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable el diálogo entre Dios y el hombre; porque a Él hablamos cuando oramos y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas» (DV 25).

Por todo lo que nos dice la constitución «Dei Verbum» podemos entender el por qué de la primacía y valor de la Biblia. No es sólo un texto de lecturas edificantes y sabios consejos. Su lectura y meditación con una guía y preparación adecuada, nos pone en sintonía con la gracia que impregna toda la vida. El hombre, alimentado y empapado por el mensaje del texto, desarrolla una espiritualidad de la Palabra –nacida de ella– que la convierte en «lámpara para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105).

La Sagrada Escritura es tan necesaria en nuestro tiempo como lo fue para el Israel antiguo y como lo fue para los primeros cristianos, a fin de comprender el misterio de Jesucristo; y en ello, ilumine y oriente su vida; sea revestido de fortaleza ante las seducciones y grandes tentaciones, para no desfallecer ante lo fuerte de las luchas cotidianas.

Fuente: Por que y Por que? MSP


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