5. ¿Quién puede
interpretación de la Biblia?
Para responder
esta pregunta veamos cuál es el pensamiento de la Iglesia al respecto, y luego
veremos los motivos de su actuación. En la Constitución «Dei Verbum», el Concilio Vaticano II dice:
«El oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la
Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no
está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado
por Dios para ser creído.
Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de
la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados entre sí, de
modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su
carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a
la salvación de las almas» (DV 10).
Estas
afirmaciones se fundan sobre motivos Bíblicos: Jesucristo dio a sus apóstoles
el poder y el mandato de enseñar: «…y
enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes» (Mt 28, 20; cf. Mc 16, 15) y de gobernar: «Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en
la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en
la tierra, también quedará desatado en el cielo» (Mt 18, 18; Jn 20, 21). Les dio además poder de santificar a los
hombres: «Vayan,
pues, a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos; bautícenlas
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19; cf. Jn 20, 21; Lc 22,19).
Los verdaderos
seguidores de Cristo tienen que aceptar las enseñanzas de los apóstoles: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos
la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el
que no crea será condenado» (Mc 16, 15-16);
y obedecer sus mandatos: «El que
los escucha a ustedes, me escucha a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al
que me envió» (Lc 10, 16; cf.
Mt 18, 17).
Además de todo
esto, encontramos en la Biblia la prohibición explícita de interpretar la
palabra de Dios por cuenta propia: «Pero
ante todo tengan esto presente: que ninguna profecía de la Escritura es algo
que uno pueda interpretar según el propio parecer, porque los profetas nunca
hablaron por iniciativa humana; al contrario, eran hombres que hablaban de
parte de Dios, dirigidos por el Espíritu Santo» (2P 1, 20-21).
A continuación,
san Pedro subraya la dificultad que presentan ciertas páginas de la Escritura,
y lo peligroso que es el que cada uno las interprete a su gusto: «Tengan en cuenta que la paciencia con que
nuestro Señor nos trata es para nuestra salvación. Acerca de esto también les
ha escrito a ustedes nuestro querido hermano Pablo, según la sabiduría que Dios
le ha dado. En cada una de sus cartas él les ha hablado de esto, aunque hay en
ellas puntos difíciles de entender que los ignorantes y los débiles en la fe
tuercen, como tuercen las demás Escrituras, para su propia condenación» (2P 3, 15-16).
La conducta de
la Iglesia Católica, que procede de los Apóstoles y sigue sus normas, evita que
un mismo mensaje sea interpretado en manera opuesta, como sucede con los que no
aceptan la autoridad del Papa, sucesor de Pedro, ni del Magisterio de la
Iglesia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario