OBJECIÓN:
¿Acaso los libros de
la Biblia no fueron escritos por hombres? Por lo tanto no puede ser palabra de
Dios. Más correctamente, son palabra de hombres inspirados, como lo son los
poetas u otros artistas. ¿No es una exageración afirmar que es «palabra de Dios»?
No vale la comparación. Cuando decimos que este poeta o pintor es
inspirado, queremos decir que tiene talento de artista, pero cuando hablamos de
los autores sagrados, no nos referimos a sus escritos como meras obras de arte,
sino como mensaje de salvación, que Dios les inspiró para comunicarlo a los
demás.
Al respecto el Concilio Vaticano II en la Constitución Dei Verbum dice: «La
revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por
escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre Iglesia, fiel a
la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo
Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que
escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,
31; 2Ti 3,16; 2P 1, 19-21; 3, 15-16), tienen a Dios como Autor, y como
tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los libros
Sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades
y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos
autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11).
El verdadero autor de los libros sagrados es Dios, porque los hagiógrafos
(autores sagrados) pusieron por escrito «todo
y sólo lo que Dios quería». Esto lo hicieron sin despojarse de sus «facultades y talentos». Por lo tanto
para saber lo que la Biblia quiere enseñar, es necesario investigar lo que el
hagiógrafo quiso decir al expresarse según su cultura personal, el medio
ambiente en que vivía y la forma literaria que quiso emplear para manifestar su
pensamiento. Como aseveró el papa Pío XII, es necesario estudiar los «géneros
literarios» para poder entender exactamente el mensaje bíblico.
Es necesario también tener presente que la revelación fue progresiva. Dios
fue revelándose gradualmente, así como llega la luz del sol a la tierra:
primero con el alba, luego con la aurora, con los primeros rayos, hasta llegar
al máximo esplendor, cuando se encuentra en su cenit. En la Revelación, el
«cenit» lo tenemos con Cristo, que es la Palabra de Dios hecha carne. Por lo
tanto, es muy importante saber que la verdad absoluta no se encuentra toda en
un texto aislado de la Biblia, sino en el conjunto de su contenido.
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