En la «ley» (la Torá) y su núcleo, los Diez Mandamientos (el DECÁLOGO), se
presenta al pueblo de Israel la voluntad de Dios; el seguimiento de la Torá es
para Israel el camino central para la salvación. Los cristianos saben que
mediante la «ley» se conoce lo que hay que hacer. Pero saben también que la
«ley» no es la que salva. [19631964,19811982]
Todo hombre tiene la experiencia de que uno se encuentra con lo bueno como si
estuviera «prescrito», Pero no se tiene la fuerza de llevarlo a cabo, es muy difícil, uno
se siente «impotente» (cf, Rom 8,3 y Rom 7,1425). Uno ve la «ley» y se siente como
entregado en poder del pecado, De este modo se hace patente, precisamente mediante
la «ley», cuánto dependemos de la fuerza interior para cumplir la ley. Por eso la «ley»,
por buena e importante que sea, sólo nos prepara para la fe en el Dios salvador. 349
1963. Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12)
espiritual (cf. Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7, 16) es todavía imperfecta.
Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24) muestra lo que es preciso hacer,
pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A
causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de
servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar
y manifestar el pecado, que forma una ―ley de concupiscencia‖ (cf.
Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la
primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo
elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador.
Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra
de Dios
1964. La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ―La ley
es profecía y pedagogía de las realidades venideras‖ (San Ireneo de
Lyon, Adversus haereses, 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de
liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo
Testamento las imágenes, los ―tipos‖, los símbolos para expresar la
vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de
los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva
Alianza y el Reino de los cielos.
«Hubo [...], bajo el régimen de la antigua Alianza, gentes que poseían la
caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas
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espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario,
existen, en la nueva Alianza, hombres carnales, alejados todavía de la
perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor
del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso
bajo la nueva Alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la
caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual ―la caridad es difundida en
nuestros corazones‖ (Rm 5,5)» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae,
1-2, q. 107, a. 1, ad 2).
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