«No creáis», dice Jesús en el sermón de la
montaña, «que he venido a abolir la ley y los
Profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud» (Mt 5,17). [19651972,1977,1983
1985]
La plenitud de la ley antigua es la ley evangélica,
que extrae de aquella todas sus virtualidades; no
añade preceptos exteriores nuevos, pero reforma
la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre
elige entre lo bueno y lo malo.
1965. La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de
la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa
particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del
Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad:
―Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva [...] pondré mis
leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo‖ (Hb 8, 8-10; cf. Jr 31, 31-34).
1972. La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el
amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de
gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe
y los sacramentos; ley de libertad (cf. St 1, 25; 2, 12), porque nos
libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos
inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos
hace pasar de la condición del siervo ―que ignora lo que hace su
señor‖, a la de amigo de Cristo, ―porque todo lo que he oído a mi
Padre os lo he dado a conocer‖ (Jn 15, 15), o también a la condición
de hijo heredero (cf. Ga 4, 1-7. 21-31; Rm 8, 15).
1977. Cristo es el fin de la ley (cf. Rm 10, 4); sólo Él enseña y otorga
la justicia de Dios.
1985. La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad.
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