lunes, 23 de septiembre de 2019

340. ¿Cómo se relaciona la gracia de Dios con nuestra libertad? -CATEQUESIS-


La gracia de Dios sale al encuentro del hombre  en libertad y lo busca y lo impulsa en toda su  libertad. La gracia no se impone por la fuerza. El  amor de Dios quiere el asentimiento libre del  hombre. [2001­2002, 2022] A la oferta de la gracia se puede también decir que no.  Sin embargo la gracia no es nada exterior o extraño al  hombre; es aquello que desea en realidad en lo más  íntimo de su libertad. Dios, al movernos mediante su  gracia, se anticipa a la respuesta libre del hombre.

2022. La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.

2001. La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que Él mismo comenzó, ―porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida‖ (San Agustín, De gratia et libero arbitrio, 17, 33): «Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De natura et gratia, 31, 35).

2002. La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo Él puede colmar. Las promesas de la ―vida eterna‖ responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración: «Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, ―que son muy buenas‖ por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti» (San Agustín, Confessiones, 13, 36, 51). 

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