LIBROS APOCRIFOS
En la literatura cristiana ha existido una
colección de libros a los que se les ha dado el nombre de «apó-crifos» (no
inspirado). El canon bíblico contiene 7 libros que los católicos consideramos
parte de las Sagradas Escrituras, se les ha llamado –aunque inexactamente–
«Deuterocanónicos». Las otras iglesias, no católicas, los llaman «apócrifos».
En este comentario no hablaremos de los
«deuterocanónicos», sino de los libros apócrifos. Éstos fueron compuestos con
fines religiosos, y pretendieron ser escritura sagrada, pero no fueron
aceptados como tales por la Iglesia.
El género literario «evangelio» es de origen
cristiano. En ninguna otra producción literaria del mundo circundante se puede
encontrar algo parecido. Tiene dimensión histórico-biográfica, pero con una
dimensión teológica, es decir, esta historia, narrada en los evangelios, ha
revelado algo de Dios.
En cuanto al término apócrifo, éste viene de
la palabra griega apókrifos –cosa oculta, escondida–, que tenía relación, sobre
todo, con las religiones que destinaban ciertos libros para los iniciados en
algún misterio. Por eso eran llamados libros escondidos (apócrifos). Entre los
cristianos se le dio este nombre a ciertos escritos que desarrollaban temas
ambiguos, a pesar de que se presentaban con carácter sagrado. Los autores de
estos libros eran desconocidos. Fue por ello que el término «apócrifo» adquirió
el sentido de «sospechoso de herejía» o «poco recomendable».
Pero no sólo hay evangelios apócrifos, pues
esta literatura, surge alrrededor de los textos inspirados. La mayoría de los apócrifos desarrollaron
temas análogos a los de los escritos canónicos, y pretendieron pasar por libros
inspirados. Sin embargo, la Iglesia nunca los recibió oficialmente en su canon.
Existen, particularmente, una serie de
escritos llamados «apócrifos del Nuevo Testamento». Estos incluyen diversos
evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis. Tienen dos características: no son
canónicos, y su pretensión de reemplazar o equipararse a los escritos
inspirados, con intenciones no siempre confesables, salta a la vista.
Los evangelios apócrifos procuran, en
general, informar sobre la vida y doctrina de Jesús, sus antecedentes
familiares. Todo parece indicar que estos textos encontraron terreno fecundo en
la imaginación del pueblo sencillo, cuya ingenuidad y piedad se vio aprovechada
por grupos de herejes. Utilizando la manera de presentar en los evangelios la
doctrina del Maestro, trataron de justificar sus afirmaciones con ese estilo.
Así intentaron consolidarse en el cristianismo tendencias docéticas, maniqueas,
gnósticas, etc. Y lo que iniciara con relatos orales, concluyó en los escritos
que fueron apoyados en nombres de personajes célebres, porque eran testigos de
Jesús: Pedro, Felipe, Santiago, etc.
En los escritos de los Padres antiguos se
nota el sentir de la Iglesia respecto a estos libros; entre ellos san Agustín,
consideraba que los apócrifos podían contener algo de verdad. Esta postura
influyó de algún modo, y tanto en la Iglesia oriental como en occidente se
tomaron datos de estos libros, hasta el punto que algunas de sus fiestas se
sustentaron, en tales relatos y entraron a la liturgia, pero no por ello se
consideraron canónicos.
Actualmente los libros apócrifos son bastante
estudiados y dan mucha información sobre el entorno religioso de su época. Pero
no podrán ser equiparados nunca con los textos que la Iglesia ha recibido como
Sagrada Escritura, es decir, como revelación divina y norma de fe.
La Iglesia, que es Madre y Maestra, se ha
preocupado siempre de señalar los libros heréticos. Es interesante notar que en
la liturgia, y especialmente en la celebración de la Palabra, nunca se
utilizaron los libros apócrifos en la línea de los textos revelados.
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